TRINIDAD i TOBAGO
miércoles, noviembre 01, 2006
  silogismo, de consecuencia
cuando la noche del verano vuelva por el personaje,
y los ojos se le trunquen, y esté tan invadido del mundo, como para decir
que le duele una mujer,
encontrará los rostros de la presencia en el jolgorio televisivo,
en lo que queda de familia y en rodrigolira, como invento aspiracional;
argumentará y llorará, todo él, la postergación.

quedará de la gente buena para cuando el verano regrese por él
y traiga consigo
el puertobasura, las rocas de subida; tocándole las manos y los ojos; y la confabulación
y el condimento rojo simulando la boca; y lo besará, como prueba de lo pactado:
los recuerdos como de muerte
la desesperación reprimida
la depresión barata
el llanto al desayunar
exigirá la inconciencia para jurar las iniciales de la causante,
apropiándose del vocablo vacío del abandono, como tristeza falsa;
porque estará tan despierto
que se negará a los días, negará la vida misma; marchará mustio, como para morirse de pena
cuando las manos de ella aprieten las de su reciprocidad labial,
con tanta fuerza, con tanto silencio, que no dudará en burlarse
como de secreto // recordando que estuvo tan dormida sobre él.
nuestro personaje pedirá el acabamiento,
despacito,
doloroso, la verdad.

y será tan de noche, tan verano,
cuando la odie por haberle destruido la vergüenza,
su delito
criminal
porque será él
el vencimiento de su ingenuidad
será él, su niñez
será él, lo que dejo de ser
que las calles estarán infectas de ella
y será más fácil esconderse de los lugares
y será más fácil inventarse el final
del niñito incomprendido, mutilado por el tiempo en que las casas sólo usaban madera,
para cuando el verano vuelva por él
y se consiga un peleador
que le grite que ella no ha muerto

imitando la construcción narrativa que quedará sin reseña;
pues sería entender, por fin, que todo está tan perdido.
por descomponio
 
jueves, octubre 26, 2006
  Romano

Sentía el calor de su cuerpo tendido, dormido, exhausto, a su lado. Estaba acostumbrado a la oscuridad de aquellas noches, en esa habitación cómplice. Sus dedos enmarañados en sus cabellos de medusa, se divertían. Pensaba, como siempre lo hacía, sentado en el lecho, mirando por la ventana los edificios muertos luego del trajín del día. Todos sus encuentros eran estéticos, cuidadosos, temerarios. En su otra mano el cigarro, que solía fumar hasta el filtro. Lanzaba el humo con esmero, delicadeza, tratando de hacer círculos perfectos, serpentinas, calamares. Observaba las figuras que subían con aleteos torpes, deformándose, haciéndose rostros, engendros huraños, para luego fundirse en las nubes de tabaco ofrendado, azulino.

Trataba de llevar la cuenta de sus pasiones, pero siempre se perdía en el mismo detalle. Aquella vez se encontraron desnudos en un sueño mutuo, irreconocibles, corriendo en círculos por la habitación vacía. Ambos tarareaban una sinfonía promiscua del siglo pasado, - Dios te salve María- , intercalado, compás; encerrando una cruz de neón. Rojo, azul, verde, centellantes. Nunca pensó que la procesión los confrontaría, uniría por la casualidad del credo, comprometiendo a reuniones clandestinas, fogosas, inestables. Entre caricias, susurró:

Romano, romano, romano, tu nombre es romano
Romano de Roma, Roma de amor al revés
Si tu nombre es romano, tú eres romana
Me deshago apostólico, me deshago católico,
Me hago romano, como tu nombre

Me hago romano, soy romano,
Busca en mis raíces mi nuevo acento
Soy romano de Roma, de tres montes

Romano, romano, romano, tu nombre es romano
Romano de bota, romano de conquista
Si tú eres romana, yo soy romano
Me hago gladia, te haces látigo, nos hacemos romanos

Romano, romano, romano
Desde hoy somos romanos


Y guiando los dedos por su cuello,


caminando el surco de su espalda suave,

la bautizó.





· Ed ·
 
domingo, octubre 22, 2006
  violeta en la sangre dental II

Y Miguel llegó en bicicleta, pedaleando rajado por la calle de tierra, traía sed, y no quería llegar tarde a su cita con los ocho grados del tinto en caja, que lo esperaban al otro lado de la línea. Saludó a Carlos, tiró la bicicleta sobre la maleza y se vio su antebrazo chamuscado. Nunca cicatrizó bien, por más que le hicieron tratamiento, por más que la abuela le echó aceite de rosa mosqueta; su brazo lucia horrible. Se lo quemó cuando chico, a los siete, jugando en la cocina, mientras su madre miraba las telenovelas mexicanas. El niño quiso trepar como el hombre araña y terminó dando vuelta el lechero donde hervían los huevos cocidos para el almuerzo. Se quemó el pecho y el brazo izquierdo. Gritó tan fuerte que todos en la cuadra lo sintieron chillar. Cuando uno se quema arde hasta en el alma, y miguelito tuvo quemaduras grado tres o cuatro o cinco. Su piel quedó roja un momento y luego las empollas tremendas lo cubrieron casi entero. Tres años yendo a Coaniquem. Conoció Santiago, anduvo en metro y usó escaleras mecánicas. Viajó sagradamente con su abuela, con su tía y con su madre, sagradamente, dos veces por mes. Le pusieron vendajes elásticos y gasa; curación y emulsionado, pero su piel nunca mejoró, se dañó los vasos, dijo el doctor.

- Trae pa’ acá- le quitó la caja a Carlos, y comenzó a beber bajo el sol que ardía, para ellos y nosotros, aquella tardecita de verano. Se sentaron.

Miguel sacó un paté de su bolsillo, lo perforó de un mordisco y se echó en el dedo.

-Me lo pelé del negocio del viejo Chito, me lo cagué pulento al viejo.

- Le podrías haber sacado un pancito también- dijo Carlos, y comenzó a chupar directamente del envase.

-No seai chancho culiao, ni ahí con comer babas tuyas. Le quita el paté

- Ya me las comiste cuando te agarraste a la Nancy - Un silencio, oyen el tren que se acerca, comienzan a reír, una risa tenue, la vista fija en el la tierra del piso, luego grandes carcajadas, están ebrios.

Lo cierto es que ambos habían estado con las mismas mujeres; al mismo tiempo, en las mismas fiestas, días antes o meses después. La oferta femenina en el pueblo, era escasa, así que no había problema en terminar acariciando las mismas entrepiernas, bebiendo de los mismos labios, compartiendo la saliva en ese circuito reducido de las relaciones púberes, que sólo la gente que ha vivido en pueblitos huachos puede conocer. Lo que no perdonaba Carlos, era que Miguel se haya acostado con su prima santiaguina, nunca se lo dijo, aún cuando estuvo varias veces apunto de golpearlo por aquello. Siempre la quiso. Tardes de verano completas bañándose en el riachuelo del pueblo habían provocado en Carlos un sentimiento parecido al amor. Sufrió, sinceramente, con cada despedida hacia el final del verano. Su prima se iba y él se quedaba masticando la rabia por no poder irse con ella, contando los días para poder volverla a ver. Y su prima volvía y en él interior de Carlos la devoción resistía intacta, en lo profundo de su corazoncito de niño, que se aceleraba cada vez ella lo abrazaba en el río para que él la llevase al apa. Eso, su prima volvía siempre, hasta el verano en que apareció Miguel.

El torso de Miguel estaba ciertamente deformado por las quemaduras que sufrió cuando niño, y en sus rasgos no había nada que lo hiciera destacar como un hombre atractivo; quizá sus ojos altaneramente verdes, sin embargo poseía un extraño encanto, una facilidad insólita para encamarse con cuanta lolita santiaguina osaba aparecer por L***, y la prima de Carlos no fue la excepción. Tardó tres días en tomar lo que su amigo deseó por años. La hizo suya bajo los sauces que crecen junto al río, escondidos tras las espinas de un matorral, a la hora en que todos lo bañistas ya se han ido y el sol mengua tras los cerros del Oeste. Esa fue la primera vez. La segunda fue en su cuarto, mientras sus padres trabajaban en la cosecha de manzanas. La clavó una tarde entera; contra el muro; contra el piso; como perros; ella arriba; saliva/pubis; boquita/olor. Luego, amablemente la fue a dejar hasta la casa de su amigo, se despidieron con un beso en la cara. La tercera y última, cuatro días después, fue en la casa de Carlos, en la pieza de Carlos, en el colchón de una plaza, entre los tabiques de cholguán y la ropa sucia del primo huaso. Carlos los espió a través del mismo orificio con el que miraba a su hermana cuando se acostaba con Jonny, su primo. Pero esta vez no hubo reacción, Carlos se quedó viéndolos boquiabierto, sin poder quitar la mirada, revolcándose, en su mente, con los dos; penetrándola a ella, sintiendo el roce de la piel de Miguel. La escena duró hasta que llegó la abuela buscando calcetines que lavar. Entró a la pieza, los vio, tomó al Miguel de las mechas y con una fuerza insólita lo arrojó fuera, desnudo, erecto; como un perro en leva, al que acaban de corretear. Carlos estaba seguro de que su abuela nunca hablaría de aquello, y nunca lo hizo. Lo cierto es que al verano siguiente su prima no volvió.

 
jueves, octubre 19, 2006
  untitled
-Nos ganamos en cualquier parte (de la noche)… –de golpe, como queriéndome telefónicamente. Yo me espanto, la verdad- No importa, yo te pago.
Hacemos la pausa que no quiero recordar…, la pausa de mi primer antro nocturno. Le falló el amigo y quedo yo. Siempre supe que mentía.
-Hubieron (…) –me dice-.
-¿Cómo?... –mintiendo- no te escuché.
Dormimos juntos.


mira cómo son las cosas. Bastarda, tú… (risas)
me escribió
campión
y lo borró sobre el suelo gris de la comuna incapaz.
yo le escribí
quizo
lo guardó; me introdujo en su bolsillo
y no era para ella, pero siempre fue de.
contigo, sin miedo, cursi: de esos que dicen te amo
en mi presencia, alguna vez, dijo:
conchesumadre

Hoy caminé erguido. Llevo unos cuantos años escogiendo la salida derecha. En la opción te busco, convencido del pasado. Nunca estás. Nunca más estuvo. Sólo consigo taxistas malhablados, con el brazo izquierdo más moreno que el otro y los tres primeros botones de la camisa sancionados para el deseo.
Ando como de silencio, jurando la única micro que me llevaría hasta la copa libertadores. Diez minutos exactos: entro.
La cocina desprende un olor bastante feo. En el refrigerador se comenzó a pudrir el jamón; no hay queso, pero si lo hubiere, estoy seguro de la mutación y a estas alturas estaría agarrando un tono verdoso. No hay pan, no hay leche, hay de la mantequilla más cara. La comida envasada se acabó.
Cuatro tazas, cinco platos: tres para el té, dos para meterlos al microondas que ya no funciona. Los cubiertos los robé a mi madre, pero siempre ocupo los mismos, los tuyos, los abandonados. Rara vez como, y cuando lo hago, junto la botella de vidrio y los mismos trescientos pesos de cuando me quisiste; bebo sprite, sólo para traerte de vuelta.

-¿Andai con ese culiao? –le grito. La tomo por los hombros, la sacudo, la quiero- dime, ¿andai con ese culiao?
-Sí –me responde; se ríe. No me insulta, se ríe de mí.
Despierto. Estás besando a alguien que no soy yo. Tu boca, tu cuello, tus dientes, los de otro.

El televisor está encendido. Las cosas han cambiado de lugar desde su última visita, está todo bien. El agua no la pagué, el teléfono y la luz están próximos a extinguirse. No hay gas. El gato tuyo ya ni me quiere, se está muriendo, pero no te preocupes, mira que alcancé a bautizarlo con las dos enes… Los animales viven desde que te fuiste y los pelos en mi abrigo no hacen otra cosa más que pensar en tu retorno a nuestra casa, la que quiero pagar sagradamente.
Mi habitación está tan histérica. Noche. El protagonista muerto hace cuatro días. La tía mongólica que nunca conocí, viene por él.
Mi padre me odia, siempre lo ha hecho. El inodoro está tapado y esconde trece cigarros a medio fumar, apurados, matizando el agua hasta el tope. Escribo y me pregunto hasta cuándo, hasta cuándo voy a escribir lo mismo.
por descomponio
 
sábado, octubre 14, 2006
  Retorno a París
.
Amo tu alcohol y tus vicios suicidas
Te amo, aunque no sé amar
Estas lejos, aunque me mires a los ojos
Distante, aunque te siga mil días

Te amo porque tienes insomnio
En cantimploras guardo tus pasos
Amo cada parte y cada instante

Amo hasta tus putos pies


Si te preguntan en la calle por mí, di que no
Te quiero así, con sudor y deseo
- helado de chocolate y queso derretido -
Sin dar excusas

Mientras la adicción barata a tus formas se entrecruza en mis zapatos,
Quiero ser la gota vacía que se estrella en tu espalda;

El circuito escurridizo de tus labios

Y tú, y tú, y tú te ríes con gestos,
multiplicando mis llagas

Mis anhelos son destruidos por tu boca, perdidos por tus manos

Maldigo la causa / maldigo el efecto / maldigo tus mejores días,
Maldita la hora ácida en que se cruzaron los caminos
Porque la distancia es sólo el tiempo que demoro en llegar a ti
Estás tan cerca, en mis pensamientos; pero te alejas, y no te logro seguir
Tan lejos, tan cerca, tan indiferente, tan junto a tus propias aversiones; que no deseas volver

Te embriagas en necedad;
- el vaso caía entre plegarias que exigían sobriedad. El mundo giraba, lo podía sentir -


Te mataré. Te mataré hoy y siempre. Te mataré como me matas-
- vaso de leche, tostadas untadas en gin -

Quiero odiarte. Quiero tu sangre, tu sangre tiñendo los libros, destruyendo los versos
Besaré, besaré el relieve de tu tumba,
Con mis manos en la tierra húmeda, con mis rodillas en el pasto removido
- porque lloré la muerte de mi madre viva -

Te mataré, a pesar que sólo en tu frente brilla el sol.
Mi vida es de madera cíclica, que vuelve a sus nudos indestructibles,
Manchas groseras/poderosas de fibra/dolorosas malolientes;
Madera que regresa a sus propios nudos, que son vergüenza.

Partiré, partiré donde tu imagen sólo sea un eco olvidadizo,
Donde mi silueta gris no me podrá seguir;
Retornaré a París, donde tu nombre sabe a canción


Ed

.

 
miércoles, octubre 11, 2006
  Violeta en la sangre dental

Esa tarde hacia un calor de mierda, un par de grados más y las rocas, las casas y la gente se hubiesen comenzado a evaporar, un grado más y las nubes se hubiesen inflamado cayendo al suelo, como copos de algodón incandescente.

Carlos estaba apoyado en una empalizada, el sudor le chorreaba por su pescuezo de púber casi hombre, tenía diecisiete, eran las dos de la tarde y se empinaba una caja de vino tinto que estaba apunto de hervir, casi vinagre; lo tragaba igual. Estaba solo, parado a un costado del riel atragantándose con el líquido que ya casi se evaporaba al interior de un envase tetra pack. Sus dientes violetas, espumeaban el brebaje, la saliva, el mareo, el hígado… no le importaba. Masticaba la cajita mientras veía como las lagartijas, las culebras y todas las alimañas del mundo corrían a tomar sol sobre las piedras. Estaba alcohólico y lo sabía, no pasaba los dieciocho y no podía dejar de beber, era el karma de su familia, de su barrio, de su vida. Padre alcohólico, abuelo alcohólico, no había razón para que él fuese distinto. Su cara ya tenía esa tonalidad rosa que se adquiere con la bebida, su piel exhalaba los vapores etílicos. A veces olvidaba cosas, se excusaba pensando en que había cosas que era mejor no recordar.

Estaba ahí parado viendo como el tiempo se detenía entre las rocas y las zarzas mientras el sol allá arriba, quemando, se encargaba de hacer arder el hierro infinito de la línea. En ocasiones cuando estaba muy borracho ponía su frente contra el metal ardiente para sentir ese calor punzante que lo hacía volver a tierra, un segundo de lucidez para volver a empinar la caja, para sumergirse una vez más. No había dolor, no había resaca, simplemente dejaba la cabeza ahí puesta hasta sentir que la aguja inmensa le comenzaba a perforar la sien, así lentamente… despacio. Entonces podía sentir la sangre arder en sus ojos mientras el sudor corría por sus tiesos cabellos negros, era casi como aguantar la respiración bajo el agua, uno, dos tres… y así hasta completar cincuenta, su record. Un minuto de conciencia para ver como se encontraba varado ahí a la orilla de la línea del tren esperando por Miguelito que prometió estar a las cinco como siempre, para beber con él, para reír, para asolearse como lagartos… como serpientes. La verdad es que no había mucho más que hacer, en un pueblo de viejos, donde los que pudieron se largaron a la capital y los que quedaron mastican la rabia por no haberse marchado.

Una hora de tormento en la que los pensamientos se le agolpaban en la cabeza. Nunca fue muy listo, no hay que serlo para pensar. Su rutina era así:

Despierta cada tarde a eso de las dos, entre el calor y el llanto del hijo bastardo de su hermana menor. La cabeza le da vueltas y el estómago se le contrae, su pieza de 2 x 3 se ha vuelto un horno, las sábanas que no cambiaba desde el verano anterior están húmedas de sudor, mira el póster de Gillian Anderson que tiene clavado en el muro de cholguán, mientras estira los brazos y piernas, siempre quiso ser mas alto, y cree ciegamente que estirándose por las mañanas terminará por crecer un par de centímetros más. En calzoncillos camina por su casa, coge el control remoto que está tirado, saluda a su abuela, discute con su hermana. Le recuerda que es una puta y que el huacho que llora es hijo de su primo hermano, Jonny, a quien estuvo a punto de matar a golpes cuando supo que la había preñado.

Tienes suerte que no te salió mongólico

Y tú, tienes suerte de que aún te aguanten en la casa vago- el niño chilla aun más

Cállate hueona, a la que van a echar por zorra es a ti

Enciende el televisor, mira todos los canales y se olvida de su hermana, del llanto y de la artritis de la abuela, la vida es tan linda en los comerciales. Dos pasos más, abre el refrigerador, toma la margarina y el descolorido jugo de guinda, bajo en calorías rico en amarillo crepúsculo, bebe hasta chorrearse, hasta acabar con la última gota, hasta que la lengua los dientes y todo lo demás se le ha vuelto color guinda, llena sus pulmones con aire y escupe fascinado, contemplando como la saliva también se ha teñido violeta.

 
viernes, octubre 06, 2006
  niñita del ipp
La niñita del ipp no pertenece a nada; la mujercita ipp espera impasible, desgarradora; monstruosa toda ella, aprendiendo de la locomoción colectiva nacional.
Le dicen que es clarita, que su pelo es fino; le dicen que los ojos blancos le quedan bien, que le da estoicismo. Que su nariz es horrísona, que los pómulos y el mentón pronunciado no sirven sin maquillaje; que la cara toda junta no se nota, que es marginal en todos los sentidos. Se siente percibida; se da vuelta, se exhibe contra la pared; se ríe, toma el bastón con seguridad, saca cuentas en silencio como perdiéndose en el tiempo. ¿Yo?: me persigno con el aquí no ha pasado nada.
La parvularia se encarga del otro, asqueado él…; rubio, marcado en la cara con la pubertad pobre. Ella, mi motivo, robusta dentro del labio que no tuvo…, del labio intervenido, del labio cicatrizado a la fuerza, espera la independencia básica.
Escribo para ella. Escribo para el fracaso, para su desamor; para la condena absurda de ser señalada con dedos surrealistas. Escribo para mí, para ella/para ella, que no lee; ella toda incomprendida, toda triste, toda todo.
La niña ipp es una chica no vidente; la niña del ipp no me habla, nos separa una ventana y tres pasos: la mujercita del ipp no sabe que existo. Vende bolsitas de ají en la salida del supermercado, a un costado de mi madre obsoleta; la niña del ipp no es feliz. En la noche ya nada/en la noche ya nada/está en calma poetry
Mi hablante está retratando el odio personal desde mi propio fracaso. El odio porque ya no mira, por mi insignificancia. Yo me quedo desde este otro lado, planeando su propia felicidad, queriéndola desde el tranvía que no anda; que espera la señal que motiva, cual condicionamiento, el atravieso por Santiago.
Estoy triste, ¿sabes? Preferiría no estarlo. Querría yo, desaparecer del suelo atroz; no pensarte feliz/observada/señalada, sacarte prolijamente… abandonarte en la escuelita municipal básica. Querría yo, odiarte desde mis veinte minutos diarios. Ansío yo, no narrar tan baratamente.

El sonido que indica la partida ya fue. Las puertas se están cerrando y yo no quiero dejar de mirarte. Te ambiciono aquí conmigo, niñita del ipp. Me despides de mis padres y de tu compañero idiota. Me dejas este mundo tuyo que se está quebrando, esta felicidad que se arruga con simpleza.
Mejor te pienso así. Mejor te quiero desde el catafalco de tu padre y desde el abandono de tu madre. Mejor te quiero desvalida, apelando al cuento semanal. Mejor te maquino así, desprotegida, sin papel higiénico en el bathroom.
yo te quiero acariciar
y protegerte de esta noche
ven niñita, que los buenos y los santos son tan crueles
tan crueles/tan crueles

por descomponio
 
mejor nos quedamos en santiagoponiente

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